21 de enero de 2013

DÉCIMA PRIMERA ESCENA

Abro los ojos y por poco entro en pánico, me encontraba en uno de los lugares más detestables del planeta, acostado en una cama helada, el piel hinchado, un dolor intenso en todo el cuerpo, los ojos nublados; acababa de salir de la anestesia que me pusieron luego de la pequeña cirugía a la que tuve que someterme por culpa de haber conocido a Marie; esa fue mi maldición. Mi mente se llenó de preguntas, empecé a sentirme muy mal por haber estado con ella y engañarla diciiendo que la amaba, todo por conseguir que me entregara su cuerpo. Empecé a percibir un montón de imágenes desordenadas que pasaban por mi mente, vi a Marie desnuda, le detallé cada centímetro del cuerpo, sus curvas, sus ojos azules, su inocencia; volví a ver la sangre producto del desgarre que produje en su himen. Eso me excitó, pero al mismo tiempo empecé a sentir arrepentimiento y dudas acerca de mi nuevo estilo seductor, un temor que por primera vez me hizo pensar que estaba actuando mal, pensé también que ya no me encontraba en edad de seducir vírgenes y jugar con su ingenuidad. Entonces, ¿cómo podría reparar el daño que le hice a Marie? ¿Cómo salirme para siempre de su vida sin causarle más dolor? ¿Cómo remediar la tremenda ilusión que desperté en ella al haberse entregado a mí sin garantías, aferrada aún a su fe infantil? Nunca debí haber seguido mis instintos. Pensé que era mejor pisar terrenos conocidos, mujeres adultas que no encontraran ningún problema a la hora de entregar su cuerpo, seguras de sí mismas, de sus deseos, mujeres que no esperaban nada a cambio por una noche de placer. En aquel instante, no supe qué sentir; pero apenas retomé toda mi lucha por seducirla, el tiempo invertido en asistir a la iglesia y tener que soportar mis oídos a punto de estallar a causa de los mareos provocados por el discurso del padrecito, que sólo hablaba de pecados mortales y de castigos, pude recapacitar. Creo que reflexioné y me dije a mí mismo:

   -¡Basta Tom! Tú te ganaste el derecho de poseer el cuerpo de Marie, nada de lamentos ni de flagelaciones -descansé.

   Mi madre me dijo que eso es lo que se siente cuando se sale de una anestesia, muchos nervios y palabras que sobraban; todo el tiempo hablando incoherencias. Ella había vivido una experiencia similar cuando tuvo a mi hermano, y por supuesto, cuando yo nací. Me emocioné al imaginarla tan pura y hermosa dando a luz a sus dos hijos. Definitivamente, creo que yo no merecía haber nacido de una madre tan buena, la mujer más valiosa que conocía. Volví a recordar a todas las mujeres que había tenido en mis brazos, me estremecí, todas eran increíblemente hermosas; a veces me asaltaba el remordimiento de no haberme enamorado de alguna, no sé si por el hecho de saber que si permanecería soltero tendría la certeza de poder acceder a todas las que quisiera , era eso lo que no me permitía enamorarme. Todas traían un placer diferente, distintas experiencias como la que viví con Marie, la culpable de que me encontrara en el hospital. Siempre había sido un hombre muy afortunado y respetuoso, aunque no dejo de reconocer que se me fue un poco la mano con Anne, por eso ella terminó odíandome, pero por lo demás, yo era un caballero, siempre las traté muy bien a todas, siempre resaltando su belleza, sus curvas, todo el tiempo recordándoles que eran maravillosas. No tendría por qué sentirme un hombre malvado o no merecedor del placer que proporciona una mujer. En ese momento se me despertó el deseo de buscar asesoría para cambiar de religión. Se me vino una idea a la cabeza, me detuve; llegué a la conclusión de que no existía un equilibrio social en lo relacionado a temas de mujeres, pues en el medio oriente los hombres tenían derecho a todas las que pudieran mantener. Claro, ahí estaba mi verdadero problema; ¿de dónde sacaría el dinero para sostener a tanta gente? Eso era una osadía; esa sí era la pregunta del millón. Estaba delirando.

   -Señor, despierte es hora de su medicina -abrí los ojos y alcancé a ver entre mis nubarrones cerebrales, un color blanco y unas curvas que se movían.
   -¿Cómo te llamas? -le pregunté a tan hermosa escultura.
   -Cecilia -me respondió a secas, me cogió el mentón y me abrió la boca bruscamente con sus manos luego introdujo una pastilla blanca. No volví a verla. No alcancé a ver su rostro para identificarla en una próxima ocasión. Me acordé que todas las enfermeras se vestían iguales, creo que cualquiera de las próximas que viniera a la habitación podría servirme para arreglar mi día. Por mucho tiempo no volví a saber nada de mí, sin embargo, en mi subconsciente extrañé tener cerca algún aroma de mujer.




Ay, Dios: Tom no entiende -.-'
Adiós :-).

Aviso: mi ordenador ya no sirve de plano; esta vez que la prendí no sé que pasó, pero está funcionando. Posiblemente después de este capítulo tardaré en subir. Perdón. Pero tal vez deje a alguien a cargo de que suba unos capítulos que ya tengo escritos. Mientras tanto, iré a ver quien puede arreglármela xdd.

3 comentarios:

  1. Tom la está pasando mal por su culpa por tonto
    espero el prox
    sube cuando puedas
    bye cte:)

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  2. Hay Tom el remordinientooo!!
    Esta hermosa la fic.. Ojala ahora Tom cambien respwcto a las mujeres..
    Sube ni bien puedas. Es un fastidio cuando se malogra la compu >.<
    Bye cuidate :D

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  3. Ese Tom no pierde el tiempo
    me encanta la historia de verdad
    y bueno tu sube cap cuando puedas
    cuidate bye

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Nos vemos en la siguiente escena.
Gracias :3